martes, 24 de diciembre de 2013

Los orígenes de la creación literaria.

El tema del suicidio de un hijo resulta algo inefable, innombrable dice la autora de la obra que se ocupa del tema. Datos interesantes sobre los orígenes de la composición literaria, por si a alguien le interesa el tema.

Literatura y consuelo: una conversación con Piedad Bonnett

En las primeras páginas de “Lo que no tiene nombre”, una mujer pregunta a Piedad Bonnett qué órganos de su hijo, fallecido en mayo de 2011 al arrojarse al vacío desde la azotea de un quinto piso, autoriza donar. Ella responde que “sí” a una larga lista que va mucho más allá del corazón, los riñones o los ojos. “Y Daniel, mi hijo entrañable, el muchacho de labios carnosos y piel bronceada, se fue deshaciendo con cada palabra mía”, escribe Bonnett como madre que no puede renunciar a su oficio de poeta, dramaturga y narradora.
La frase es apenas una muestra del tono sereno y reposado que Bonnett logró en su libro testimonial para narrar el inmenso dolor que le produjo el suicidio de su hijo, aquejado por la esquizofrenia, y las circunstancias que lo precipitaron.
Más allá de la solidaridad y el profundo respeto que el libro —que se convirtió en un best seller en Colombia— ha despertado en miles de lectores, “Lo que no tiene nombre” llenó un enorme vacío alrededor del desamparo y la angustia de quienes, en carne propia o cercana, padecen los estragos de la enfermedad mental y el fantasma del suicidio.
Una de las grandes virtudes del libro es que se sumerge en temas complejos (la enfermedad mental —la esquizofrenia en particular— y el suicidio) pero desmenuzándolos con un lenguaje cálido, sencillo y fluido, en un tono muy humano y vivencial, en contraste con la prosa fría de libros de psicología especializados, llenos de tecnicismos y conceptos abstractos. Y sobre todo, el libro es consolador. “La gente me ha dicho que el libro consuela, acompaña”, anota la autora. Es, en efecto, un consuelo reposado.
No sorprende entonces que la respuesta del público haya sido abrumadora, tanto en el plano literario como extraliterario: no sólo por la cantidad de lectores, sino por la cantidad de personas que buscan a Bonnett con el pretexto del libro.
“Se me abalanzó una cantidad de gente. Sólo el día del lanzamiento había unas 600 personas, una cosa desmesurada. La gente venía a que le firmara, pero ése era el pretexto. Unos venían a abrazarme, como una especie de duelo colectivo, otros a pedirme el teléfono del médico del cual hablo bien. Otros me dijeron que les diera mi teléfono o el correo para contarme su caso. Llevamos varios meses y todos los días recibo dos o tres correos del enfermo mismo, porque muchos muchachos enfermos han leído el libro y lo han encontrado muy consolador, han querido que sea como su madre sustituta, de alguna manera”, refiere.
“Un montón de gente quería oír hablar de esas cosas en concreto, no algo tan teórico. La gente se ha quejado conmigo de los médicos, del sistema de salud, al tiempo que se preguntan cómo podrían hacer la vida de esos muchachos (con afecciones similares) más plena. La gente se identifica con el libro desde muy distintas perspectivas, o simplemente porque la idea del suicidio es siempre entre aterradora y subyugante”, añade.

¿Cómo surgió este libro, cuáles fueron las principales motivaciones (el dolor, el desahogo, la catarsis)?
Con este libro me resultó más difícil pensar en la génesis. Daniel murió y a los 15 ó 20 días me fui a Italia con mi marido y me llevé algunos libros sobre el suicidio, la muerte y la enfermedad, incluido uno de Jean Améry. A medida que los leía se me disparaban los recuerdos de lo que había sido esta experiencia de Daniel. Siempre llevo unas libretas y empecé a escribir todo eso. Creo que en un primer momento pensaba en poesía. Para mí la escritura siempre ha sido liberadora, catártica, sanadora, y el solo hecho de escribir esas frasecitas que iba encontrando en los libros me consolaba.
Cuando volví a Colombia, alguien me habló del libro de Joan Didion, que testimonia la muerte de su marido, y me empezaron a hablar de libros que habían sido escritos para consolarse por la muerte de alguien. Luego viajé a España.
Ya para entonces empezaba a cuajar en mí la idea de que en vez de ponerme a escribir unos poemas, que no querían salir, quería escribir sobre algo que rápidamente comprendí y es el sentido trágico de la vida de Daniel, que también nos tocaba a nosotros. Uso la palabra trágico en el más clásico de los sentidos, cómo todos los pasos que él dio y dimos eran para eludir un destino, y cómo ese destino le fue atravesando toda clase de obstáculos y la vida terminó cercándolo de una forma precipitada: en dos meses se desencadenaron un montón de eventos que lo cercaron. Su siquiatra me habló incluso de la ‘cuarta pared’, en la que una persona —cuando está en un estado muy opresivo, ya pensando en la muerte, cuando ya ve la sin salida— erige ella misma una cuarta pared. Yo sentía que debía contar todo eso como un ejemplo de tantas vidas atrapadas por el sentido trágico de la existencia. Movida por eso, empecé a narrar, haciéndome preguntas de escritora: ¿Y ahora por dónde comienzo? ¿Cómo lograr comunicar al lector esta experiencia de la manera más sintética y efectiva posible (el libro tiene 136 páginas)? Y con el bagaje literario de haber enseñado mucho (Bonnett es profesora universitaria desde hace años), de haber escrito mucho, a lo primero que renuncié fue a la narración puramente lineal, y también descarté una parte de la vida de Daniel, toda su infancia, porque no se trataba de hacer una apología de mi hijo. Estaba pensando en expresar lo máximo con el mínimo de palabras.
Así se me ocurrió comenzar con esa circunstancia atroz de la cual casi nadie habla, que es la noticia que da cuenta de una muerte y los días inmediatamente posteriores, que en este caso eran especialmente dramáticos porque estábamos esperando un cadáver. Eso me dio una pauta y a medida que iba escribiendo fui buscando el resto de la estructura. Después decidí hacer un flashback y remontarme al momento en que a Daniel le aparece la enfermedad. Mientras tanto, seguía leyendo muchos libros sobre la muerte, el dolor, incluso libros jocosos sobre la muerte, como uno de Julian Barnes.
La palabra escrita siempre ha sido para mí como un apoyo, una muleta, y me di a leer todo eso, no para huir del dolor, sino para vivirlo de una forma distinta, acompañada de reflexión. Me metí en un proceso que era a la vez emotivo e intelectual, porque mientras leía, mi mente transitaba por todos esos postulados, y mientras escribía tenía que revivir el dolor; como que lo uno era antídoto de lo otro: cuando veía que estaba sucumbiendo al dolor, apelaba al pensamiento, y eso me permitía salir. Así fue dándose este libro.

¿Desde qué emociones o intereses sientes que las personas se han conectado más con el libro: el consuelo, la orientación, la resignación?
Desde la solidaridad humana, porque mucha gente que no tiene a su alrededor nada de esto, ni muerte ni enfermedad ni suicidio ni nada, ha entrado en una compenetración conmigo que me hace pensar que están conociendo una realidad que de otra forma no habrían conocido, y que los ha removido, como recordándoles que el dolor puede existir en esa magnitud. Teníamos miedo con la editorial de las reacciones al libro y lo que ha habido es un enorme respeto, una respuesta muy bonita de la sociedad, como diciendo ‘siento lo que sientes’.

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