viernes, 7 de marzo de 2014

David Huerta

La existencia bohemia de un poeta hijo de otro poeta.


'Lo poético es impuro'
http://www.reforma.com/libre/online07/imggc/reforma/pix.gif

 

1
http://www.reforma.com/libre/online07/imggc/reforma/pix.gif
Para Huerta, la publicación de 'La mancha en el espejo' (FCE) es una nueva lección de humildad.
Foto: Héctor García
http://www.reforma.com/libre/online07/imggc/reforma/lupa_sola.gif
Ciudad de México  (1 febrero 2014).- David Huerta sintió cuando era adolescente que el mundo no lo merecía. Hasta que la vida lo puso en su lugar y le reveló un mantra: "No te tomes en serio".

"Cuando era joven no la pasé bien", recuerda el poeta. "Tuve una hija, un divorcio, necesidad de trabajar. Viví en la noche, de manera muy desordenada, durante demasiado tiempo".

Para Huerta, la publicación de La mancha en el espejo (FCE) es una nueva lección de humildad. Son dos volúmenes que compilan cuatro décadas de obra poética, de 1972 a 2011.

"Aquí está lo que he podido, lo que he sabido hacer. Tengo que ver las cosas en su realidad. Es importantísimo, pero es nada más un libro".

La Poesía completa de su padre, Efraín Huerta, abarca 623 páginas. La mancha en el espejo suma más de mil 600 páginas, y a eso hay que agregar los poemas sueltos que ha publicado y también los más recientes.

¿Tenía usted más cosas que decir?
Probablemente no, pero tenía mucho vuelo mecanográfico. Mi papá era mejor poeta de lo que yo jamás podré ser.

Su papá celebraba su poesía.
No era objetivo. Era un hombre lleno de pasiones, y una eran sus hijos.

¿Nunca le creyó?
Todos somos imperfectos. Se lo creí durante un momento.

A Huerta los críticos le han colgado, dice, el sambenito de barroco, de indescifrable. Incurable (1987) es posiblemente su libro más conocido, pero asegura que está lejos de ser un poeta popular, a diferencia de su padre, cuyos poemínimos son citados a menudo.

"Yo quiero escribir tan honradamente como pueda. He perdido tantos concursos literarios que ya estoy curado de espantos".

Su primer poemario, El jardín de la luz (1972), era un libro "derivativo", producto de sus lecturas. En Cuaderno de noviembre (1976), de versos ásperos, prosaicos, empezó a descubrir su voz.

"Para mí eso es lo poético: una poesía imperfecta, impura, como dice Neruda". Si algo permite advertir La mancha en el espejo, dice, es su disposición al cambio, a obedecer los vientos de la vocación y de las sucesivas pasiones y obsesiones.

"No he querido ser de una sola manera", explica. "Soy un poeta que cambia. Si uno lee los poemas de Carlos Pellicer o de Jorge Guillén, de cuando eran jóvenes y cuando tenían 60 años, conservan el mismo aire. En mi caso no es así".

¿Ha buscado la claridad en su poesía?
No, lo que busco es la dificultad. Prefiero que el lector se sienta desafiado a reflexionar. Mi poeta favorito es Luis de Góngora. Admiro a T.S. Eliot, José Gorostiza, José Lezama Lima... Estoy a favor de la poesía exigente, pero que se pueda entender. No una poesía ininteligible, eso me parece absurdo.

En 1613, dice, comenzó la disputa entre quienes defienden la claridad en la poesía, seguidores de Lope de Vega, y quienes abogan por una "dificultad exigente", partidarios de Góngora.

"Pero hemos perdido nosotros. Tradicionalmente quienes han predominado son Lope de Vega y sus avatares. No entienden qué es la poesía, el enorme valor de hacer una poesía que haga pensar a los lectores, y que esa experiencia intelectual forma parte de la experiencia estética. Lo quieren fácil".

¿Cómo sabe cuándo tiene un poema?
Tengo una personalidad un poco ansiosa, pero no cuando escribo poesía. Un poema está concluido cuando, después de tres o cuatro lecturas, pienso que ya quedó. He cometido en ocasiones el pecado de la impaciencia, y lo he pagado escribiendo textos a los que se les nota la cojera, la anemia, en el orden de las palabras. Cuando sientes que está débil, el poema no te conmueve, no te hace pensar, está un poco inerte.

¿Cuál es la materia prima de sus versos?
La ciudad está llena de palabras que uno escucha, lee, imagina, y que recojo continuamente para tratar de ponerlas en orden. La experiencia vivida y la experiencia del lenguaje están muy trabadas, me importa mucho cómo suenan las palabras puestas una detrás de la otra, esa probablemente es la materia prima, la importancia que le doy al orden de las palabras.

Huerta no es disciplinado, pero se mantiene en estado de alerta. Su padre le heredó la costumbre de cargar siempre una libretita donde atrapar los versos.

"Utilizo el transporte público y escribo mucho ahí. A veces no es posible sentarse a escribir, y hay que memorizar. Pero la memoria también te hace trampa, se te ocurre un verso genial y luego te das cuenta de que lo estás recordando, que pertenece a un autor admirado".

¿Le ha salvado de algo la poesía?
No, lo que me ha salvado de la muerte, de heridas profundas, de mutilaciones, es la gente. La poesía me ha acompañado.

Hubo un momento en que Huerta tuvo que escoger entre perderse en el caos o recuperar el orden de la vida. Decidió salvarse. "Lo más importante que me ha pasado es casarme con Verónica Murguía, llevamos 23 años juntos. Ella sí es una escritora de raza, yo soy un poeta esforzado, nada más".

¿Qué queda de su parte combativa, del militante del 68?
Queda mucho, sin duda. Lo más importante es una cierta convicción moral, una conducta. Las cosas que me enseñó mi mamá y que están en los mandamientos: no robes, no mientas, no le hagas daño a la gente. Cuando trabajes, comprométete y hazlo lo mejor que puedas. He sido siempre un hombre de izquierda, y para mí eso se ha destilado en estos valores: no hay que robar, mentir, engañar.

Los partidos de izquierda roban y engañan.
Es muy triste. Yo tengo presentes a los líderes del 68, que siguen siendo ejemplares. Murió Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, un hombre admirable; hace poco visité a otro dirigente, Roberto Escudero, y desde aquí mando un saludo a Raúl Álvarez Garín. Es gente que se ha comportado correctamente, pero han sido olvidados porque en el otro extremo de la balanza social están las cantantes estúpidas que van a matar ejemplares de animales magníficos. ¿Serán los famosos que nos merecemos? Valdría la pena que nos lo preguntáramos.

Huerta se declara "con el corazón puesto" para festejar a su padre, don Efraín, de quien se celebrará el 18 de junio el centenario de su nacimiento en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, y se inaugurará en el Centro Cultural Casa Talavera de la UACM una exposición de Pablo Rulfo sobre el poemario Los hombres del alba, que cumple 70 años de publicado.

La Secretaría de Cultura de la Ciudad de México hará ediciones masivas de sus poemas, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería habrá lecturas de su obra, y en la UNAM se organizarán mesas redondas.

"Lo admiramos porque escribió poemas, y hay que trabajar en esa dirección", dice Huerta. "Y destacar su dimensión moderna, en el sentido de que era un poeta de la ciudad".

Al principio le pesaba la sombra de su papá, dijo alguna vez, y luego todo cambió. ¿Cómo se liberó?
La idea que tenía de mi padre cambió cuando cumplí la edad que tenía cuando yo nací, 35 años. Empecé a hacer la paz con ese absurdo de querer matar al padre, competir, superarlo. Acepté que es un poeta al que no puedo igualar. Ante ese reconocimiento, ¿qué me queda? ¿Dejar de escribir? No. Voy a hacer lo que pueda, voy a dar lo que es natural en mí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario