La literatura infantil es una manifestación
artística, un modo de comunicación particular, que logra conectar con un
singular y complejo destinatario: el niño.
En la medida en que el adulto establezca un juego
entre el lector-niño y el texto literario, se contribuirá a su crecimiento
emocional e intelectual y se le concederá importancia a la literatura.
El adulto, como mediador, deberá seleccionar la
literatura adecuada, y para hacerlo deberá atender a un determinado concepto de
“niño”, según su experiencia y la información que le aportan otras disciplinas
como la Psicología, la Lingüística, la Sociología,…Todo ello permitiría atender
al niño real y concreto en su medio.
En la actualidad, las escuelas están dándole la
importancia educacional debida a los cuentos y narraciones en el aula. Años
atrás, sólo eran utilizados para cerrar el día con un momento de relajación y
fantasía. Pero, al mismo tiempo, esas mismas caritas llenas de ilusión y
asombro frente a las increíbles historias que escuchaban de labios de su
maestro o maestra, señalaban ya el poderoso potencial del cuento como
herramienta educacional, además de recreativa.
Podríamos preguntarnos, por ejemplo, qué tienen de
formadoras y educativas aquellas narraciones de príncipes y princesas,
castillos, casas mágicas y seres fantásticos; o cómo pueden formar la moral de
los niños y niñas.
En los cuentos, los fenómenos del mundo y de la
vida están sublimizados de tal modo que descubren potencialidades, gestos de
significación implícita y mensajes de virtud que van a servirnos siempre.
Conocerlos y vivenciarlos constituye un acto educativo de la mayor importancia
para los niños y niñas, pues permiten generar sensibilidad acerca de múltiples
circunstancias de la realidad, tanto concreta como imaginaria. Al mismo tiempo,
nos muestran las actitudes necesarias para cambiar esa realidad, a favor de un
mejor destino y de una mejor condición del ser humano. Ese es el rol de la
literatura infantil como instrumento de crecimiento y desarrollo integral que
buscan los buenos educadores para el niño y la niña, y si se hace de
manera innovadora, pues mejor que bien.
El cuento se considera un rico instrumento que
ayudará al niño o la niña a construir sólidas estructuras en su fantasía, a
reforzar su capacidad de imaginación y creatividad, a ampliar el mundo de la
experiencia infantil.
Los cuentos son el elemento formativo por
excelencia de nuestro carácter, personalidad y forma de vida. Nos muestran los
bueno y lo malo, lo digno y lo innoble, lo que vale y lo que corrompe. La
exposición de estos contrapuntos frente a los niños o niñas permite que estos
profundicen por sí mismos en estos modelos como prototipos ideales, muy
opuestos a los que puede ofrecer la televisión.
Satisfacen y enriquecen la vida interna de los
niños y niñas. Esto es debido a que los cuentos se desarrollan en el mismo
plano en el que se encuentra el niño o niña, en cuanto a aspectos psicológicos
y emocionales.
Los cuentos aportan a la imaginación del niño o
niña nuevas dimensiones a las que le sería imposible llegar por sí solo.
Generalmente, proporcionan seguridad al niño o niña porque le dan
esperanzas respecto al futuro por cuanto mantienen la promesa de un final
feliz. Además, son capaces de ofrecer soluciones a los conflictos del niño o
niña, ya que sus contradicciones internas son representadas y expresadas
mediante los personajes y las acciones de la historia. Esta representación
permite que al niño o niña se le hagan comprensibles muchos de sus
sentimientos, reacciones y actuaciones que todavía no entiende ni domina y que
son capaces de llegar a angustiarle.
Los cuentos o fabulas ayudan al niño o niña a vencer presiones internas
que lo dominan, posibilitan que el niño o niña exprese sus deseos a través de
un personaje; obtenga una satisfacción a través de otro; se identifique con un
tercero; tenga una relación ideal con un cuarto; y así sucesivamente.
La reivindicación del valor educativo del cuento no
es una simple moda. No hay ni ha habido en la historia un pueblo sin relatos.
Únicamente, la modernidad y la tecnología parecen haber alejado el interés de
los niños y niñas hacia ellas. Es necesario rescatar su papel en la transmisión
de experiencias y conocimientos, en el fomento de la capacidad crítica frente
la sociedad en que vivimos, y en la explicación del mundo y la vida con el
objetivo de darnos nuevas esperanzas.
El cuento posee infinidad de valores educativos.
Algunos de ellos pueden ser:
- El cuento posee un poder inmensamente maravilloso, ya que a través
de él todo lo que el niño o la niña conoce cobra movimiento y actúa con formas
irreales, mágicas e incluso absurdas que llenan su universo mental de matices
evocadores.
- Los cuentos, llenos de situaciones y personajes reales o
fantásticos, permiten al niño o la niña evocar mental y verbalmente. El poder
de la palabra y el gesto del narrador les confieren una magia y un sabor
indescriptibles.
- El niño, desde bien pequeño, sabe que lo que se le cuenta no es
real pero lo acepta alegre porque cuando lee o escucha un relato no está
buscando certezas ni confirmaciones científicas de la realidad, sino puertas
para penetrar en el agujero negro de la fantasía, la irrealidad y los
imposibles satisfechos.
- El niño o la niña que vive el acto aparentemente pasivo de
escuchar, confronta constantemente lo que oye y lo que podría haberle ocurrido
a él. En esos instantes, se está produciendo un verdadero acto de comunicación
durante el cual el niño o la niña ha captado tan intensamente el argumento que
le está ofreciendo el adulto que narra que necesita hacérselo saber con su
contacto físico, pues todavía es demasiado pequeño para expresarlo con
palabras.
- En el cuento, el niño proyecta sus necesidades y temores. Nos
pedirán que les contemos una y otra vez aquel cuento que les da seguridad y
confianza. La narración no interesa tanto por su valor literario como por el
mágico encuentro del pequeño con el otro, madre, padre o maestro/maestra, con
el que se fusiona.
- El relato ayuda al niño o niña a evadirse de la opresión del
entorno, de los atroces peligros del crecimiento y la respetabilidad. Los
cuentos no dicen que la vida sea ideal, tranquila, armónica, siempre
gratificante: dicen que para quien lucha bien, la vida es posible sin dejar de
ser humana.
- Cercano a sus padres, el niño descubre la maravilla de la palabra
escrita y siente el deseo de conocer los códigos de la lectura, esos pequeños
dibujos que llamamos letras y palabras. Cuando el adulto le lee o cuenta el
niño hace predicciones sobre lo que sigue y poco a poco organiza el cuento en
su memoria. Si el padre responde a sus preguntas, el niño se volverá activo y
se interesará por los libros. Más tarde, apoyándose en las ilustraciones,
reproducirá la experiencia de la lectura.
- El acercamiento a los cuentos populares incorpora al niño o la
niña a una cultura trasmitida oralmente que él puede comprender y hacer suya.
Además, el cuento posee un potencial didáctico enorme y clave en el desarrollo
global e integral del niño o la niña.
La función de la familia con respecto a los
cuentos, además de lo comentado, será, a través de él, descubrir junto con el
niño o la niña un apasionante mundo de fantasía. Ver cómo expresa su angustia
ante la pócima de la bruja, sus deseos de llegar al castillo antes que el
dragón, sus ansias de salvar a la princesa… y finalmente la recompensa de un
final feliz.
Los cuentos favorecen, por tanto, las relaciones
interpersonales Esto sucede en el momento que “contamos” y no en el momento que
“leemos” un cuento. Es preferible que contemos cuentos a los niños y niñas en
vez de leérselos porque, al contarlo, nosotros podemos intervenir como
narradores en la historia y el niño o niña como oyente. Contar un cuento es un
acontecimiento interpersonal en el que el adulto y el niño o niña son capaces
de participar por igual, por lo que fortalece el vínculo creado.
Los cuentos proporcionan confianza Algunos de los
cuentos modernos tienen desenlaces tristes que, después de los hechos
aterradores que se han presentado a lo largo de la historia, no proporcionan el
alivio necesario al niño o niña ni le dan la energía suficiente para
enfrentarse con sus desventuras. Si no hay este final alentador, el pequeño,
después de escuchar el relato, sentirá que no existe ninguna esperanza para
solucionar sus problemas o dificultades; un final feliz es imprescindible en
todo cuento, como ya hemos mencionado anteriormente.
En los cuentos tradicionales, este equilibrio en
medio de las energías del bien y del mal, que acaba siempre por inclinarse a
favor del primero, hace surgir en el niño o niña la esperanza de que los
episodios más o menos desafortunados o desgraciados de su vida irán
disminuyendo de intensidad y acabarán por desaparecer; que hallará una suerte
más propicia y que, finalmente, encontrará aquella persona o cosa que lo
mantendrá al abrigo de cualquier peligro. Algunos finales de cuento representan
la forma más perfecta de existencia deseada por el niño o niña. Por esta razón
son tan importantes los cuentos tradicionales que tienen un desenlace feliz,
como: Caperucita Roja, Los Tres Cerditos, etc. Es precisamente su final feliz
lo que hace de estos cuentos una narración muy adecuada para ser contada.
En
definitiva, los cuentos tienen un poder extraordinario. Los niños y niñas se
benefician de las enseñanzas del cuento de forma inconsciente y si intentamos
reducir su riqueza, lo único que conseguiremos es que el relato no sea eficaz,
y que pierda muchas de sus múltiples ventajas y de sus valores.
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